No sé si a vosotros también, pero la visita que realicé a Construmat 24 la semana pasada me dejó perplejo. Cierto que fui el último día, no el primero, que suele ser el más animado. Pero el caso es que me movió a reflexión.
¿Dónde se fue el edificio para que hoy sea tan endiabladamente difícil reflejarlo en algo? Especialmente en una feria.
No, no trataremos aquí acerca de si la Feria está más viva que muerta o viceversa. Para esto están los entes feriales, que son los que saben. Tampoco de si el sector anticipa una crisis o estancamiento o desaceleración o lo que sea. Ni siquiera de si Passivhaus es una solución.
La cuestión nace de la pregunta del título: ¿dónde se fue el edificio para que hoy sea tan endiabladamente difícil reflejarlo en algo? Especialmente en una feria.
La premisa transversal de la sostenibilidad, en el sentido más amplio posible, no cuenta a estos efectos. Todo cabe ahí, además de ser un requisito previo ya descontado. Bastaría con que, al margen de que quede mucho camino por hacer, fuera un requisito previo de inscripción el que cada empresa reflejara en su stand cómo contribuye a ella. Serviría, además, como dato estadístico a analizar. O, mejor, que se ofreciera un incentivo –un descuento directo en el precio del suelo- si esta información figura en cada stand.
En Construmat 24 se hacía visible la dificultad de la pregunta que nos trae. Estands que querían estar organizados por zonas a cada cual más escasa. Tipologías tan diversas que no sabíamos si aquello era un pabellón de comercio exterior del ICEX. Espacios institucionales sobredimensionados. El enésimo Congreso sobre construcción sostenible. La coherencia de la feria había que buscarla en su web, no en lo que allí físicamente se materializó. Pero, ¡ay!, quiten la palabra “edificio” de la web y pongan, no sé, “vegetales” o “fondos de inversión” o “vehículos”, y posiblemente esa web servirá igual para estos sectores. Todo esto no puede ser un asunto de esta feria, que seguro que tiene profesionales tan competentes como las demás. Puede que sea un síntoma, pero el caso es que allí no había una propuesta coherente del edificio que llega al mercado. Y, sin esto, es complicado que un expositor entienda que ahí está su negocio.
Es acuciante la necesidad de vivienda asequible. Depende de ello que jóvenes en la treintena se conviertan en adultos para y en sociedades adultas.
En estos momentos del siglo, un edificio puede ser soñado, diseñado, calculado, simulado, construido, financiado, negociado, transportado, regulado, decorado, “generizado”, vivido, institucionalizado, comunicado, anticipado, digitalizado, destruido o politizado bajo tal cantidad de posibilidades que nunca antes fue vista tanta incertidumbre.
Y, en estos momentos también y al menos en España, hay tanta certidumbre de la necesidad de vivienda asequible que no hay modo de no asumir que si personas en torno a la treintena no pueden comprar una casa por menos de 200.000 o 300.000 euros o alquilar por menos de 600 euros, no hay posibilidad de que se emancipen. De que se conviertan en adultos para y en sociedades adultas. Sabiendo que el precio a pagar es el estancamiento de esa misma sociedad. Su deterioro. Y de demografía, ni hablamos.
Puede ser que las ferias no estén para ciertas cosas. Que, al cabo, sigan fieles a su espíritu de feria de muestras. Que haya que vender metros cuadrados. Son tantos los caminos posibles del edificio que se entiende que las ferias puedan malamente con ello. Las etiquetas habituales, “innovación”, “sostenibilidad”, “sectores”, se quedan cortas y se repiten sistemáticamente en todas partes. ¿Quién puede acertar en medio de ese panorama?
El poder de una feria está en su poder de concentración, no de dispersión. Y no puede ser víctima de esa misma dispersión. Las ferias están para reducir incertidumbres, no para aumentarlas. Sostenibilidad e innovación son hoy la garantía de dispersión. De falta de foco en la necesidad. Y, no nos engañemos, ambas cuestan dinero y tiempo.
A veces se dice que una feria es el reflejo del sector. Que aspira a ser el estado del arte del sector, su lugar de encuentro y varias cosas más por el estilo. Reproducen aquel dicho político de ser el partido que más se parece a la realidad. Puede ser. Hacen bien, claro. Pero quien mejor hace esto es Google.
¿Qué tal si comenzamos por abajo?
Luis A. Martínez