Cuando la Unión Europea publicó en 2010 la Directiva de los “edificios de consumo casi nulo”, produjo y obligó a un fortísimo proceso normativo. ¡Era nuevo y afectaba a toda la edificación del siglo XXI! ¿Solo era un cambio normativo o los edificios de consumo casi nulo eran “nuevos”? ¿También era un cambio doctrinal? ¿Acaso ideológico? Técnico lo era por descontado. Caramba, hace buen día hoy, demos un paseo-blog por este asunto.

Como será la burocracia y el proceso de toma de decisiones de la Unión Europea, que se ha llevado casi 30 años el que las políticas europeas de clima y energía se aproximen hasta resultar una sola. Muchas cuestiones se han tenido que alinear ahí.  El edificio de consumo casi nulo es un resultado de esta aproximación clima-energía. También el vehículo lo es, los electrodomésticos y la producción industrial. Y así sucesivamente.

El gasto energético de una familia –edificio y movilidad- puede estar superando al gasto básico de la alimentación.

La terrible vigencia que hoy tiene la energía está a la vista. El gasto energético de una familia –edificio y movilidad- puede estar superando al gasto básico de la alimentación. Ninguna broma. Estamos hablando de la capacidad de cada persona para satisfacer necesidades vitales básicas. Repetimos: necesidades vitales básicas. Como ciudadano, tengo a la vista y experimento en mi propia vida la relación entre coste y energía. Pero me cuesta más asimilar la relación entre coste y clima.

Sin embargo, el dilema cima-energía se vive directamente en los edificios de consumo casi nulo. No digamos ya en los edificios positivos. En los primeros, la solución alcanza sobre todo a la energía en la vivienda; en los segundos –con autoconsumo- , alcanza a la energía en vivienda y movilidad. Veamos esta tabla en la que usamos los colores del semáforo para indicar el grado de la solución (verde Muy Alto grado; naranja, Medio Alto; rojo, Bajo:

ENERGÍA CLIMA EDIFICACIÓN MOVILIDAD
EDIFICIO POSITIVO
DE CONSUMO CASI NULO
CONVENCIONAL

 

La convergencia clima- energía es de una complejidad que asusta. Geopolítica, claro, como estamos viendo en estos días con la dependencia energética europea del gas y petróleo ruso. O la misma dependencia nuestra del gas argelino. ¿Estará la maniobra de la Unión Europea dirigida a la reducción de esta dependencia? Más difícil aún, porque los estados miembros tiene cada uno su mix energético. El edificio de consumo casi nulo minimiza en parte esa dependencia para cada ciudadano; el edificio positivo la elimina. Hay que entender que hablamos siempre de la operación del edificio y la movilidad eléctrica. Esto es, de lo que está al alcance del ciudadano.  No de la fabricación, donde la dependencia es parecida para todo tipo de edificación y de movilidad y, además, queda fuera de las decisiones que una persona pueda tomar.

Entre el edificio de consumo casi nulo y el edificio positivo son un ejemplo de hasta que punto la convergencia clima-energía ha entrado en la vida diaria de los ciudadanos y construye sus decisiones. Es un termómetro fiable.  Si mis decisiones se orientan al edificio positivo, estaré mucho más cerca de incorporar a mi vida la convergencia clima-energía. Sin que me obliguen, sin que me lo manden, sin que me lo impongan. Porque no es complejo entender los beneficios que suponen para mí –una media de 6.000 euros de ahorro anual (Fuente: Passivhaus Consultores)-, sin necesidad de que algo o alguien me coaccione.

Mientras los Estados europeos tienen muy difícil la independencia energética, los ciudadanos, individualmente, sí tenemos esa opción.

No obstante lo anterior, adentrarme en un edificio positivo no deja de ser terra incognita para muchas personas. Entrar en lo desconocido. En lo que nunca vi, nunca me hablaron y nunca experimenté.  Y esto sí es una barrera mayor. Cuando vemos como edificios y casas con condiciones aptas -cuando no idóneas para convertirse en edificios positivo- aún instalan calderas de combustible fósil, porque es lo que han visto toda la vida y “eso te garantizo que funciona”. O el simple miedo que tenemos a pasar frio o calor. El temor de tomar una decisión que nos “condene” irremediablemente a eso una vez que hayamos tomado la decisión del edificio positivo.

Y esta es la paradoja esperanzadora de los edificios de consumo casi nulo y positivos. Que, mientras los Estados europeos tienen muy difícil la independencia energética, los ciudadanos, individualmente, sí tenemos esa opción. Quién nos lo iba a decir. Al menos, por una vez, así es. Y, ojo, mejor no decirlo muy alto. Que lo burócratas acechan y los políticos especialistas en no dejar en paz a los ciudadanos, todavía más.

Y, también y por último, apliquémonos este mismo cuento nosotros mismos. No hace falta ir dando voces por ahí, ni lecciones a nadie, ni juzgando a los demás, si esta misma tarde no se ponen a transformar su casa en edificios positivos.

Luis.

¡¿QUIERES SABER MÁS?!

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